Tras el conciso y colorido nombre de Rubia se encuentra Sara Iñiguez, intérprete y compositora getxotarra. Una auténtica trotamundos dentro de la escena rockera , desde los años noventa con aquellos Magic Teapot, que parece haber encontrado en este proyecto su expresión personal estable, no obstante su nuevo disco “The Game” es el cuarto que publica tras dicha denominación. Unas canciones, que como resulta ya habitual dentro del contexto musical que ha desarrollado, tienen los sonidos clásicos americanos, en una concepción muy amplia, como eje vertebrador.
Asentado ya desde hace tiempo el idioma inglés como lenguaje comunicativo de sus temas, en este más reciente álbum va a alternar en la confección del plantel de músicos que le acompañan habituales colaboradores con algunas novedades. Uno de los que repite, y se erige de momento como acompañante fiel, es el (co) productor argentino Mauro Mietta. Una banda -en la que él está también incluido- que puede alardear de contener nombres carismáticos de la escena (no solo) vasca como Jokin Salaverria al bajo, o las guitarras de Daniel Merino, Gonzalo Portugal y Adrián Barcena, instrumento clave para el logro global pero siempre supeditado a la batuta compositiva del piano de la propia Iñiguez.
The Game, tomando como partida el propio concepto que parece esconder bajo un título así, esa metáfora vital que se refiere a los vaivenes de la propia existencia y las formas de afrontarlos, su manifestación musical también se encomendará la tarea de ofrecer una variedad de matices y representaciones. Creará así una mirada caleidoscópica que sin embargo, y ahí encuentra su mayor acierto, consigue recrear una atmósfera bastante acotada y específica, una que remite a esa época entre los años sesenta y setenta. Un proceso que sin embargo elude con precisión y talento constituirse como una mera reproducción de tiempos pasados y sí como el emplazamiento en un entorno del que partir para expresarse libremente tomando esa visión clásica y heterodoxa del rock n roll.
Ese tono generalizado que se impone a lo largo del disco nos habla de un trabajo instrumental denso (para nada plomizo), con una gran presencia y preocupado de los detalles, construyendo un acento musical mayoritariamente, que no excluyente, jovial y apacible. Unas características ya patentes desde la inaugural canción homónima, elegante y evocadora -interrumpida por insinuantes espasmos eléctricos de guitarra- asimilación de un pop sureño que relaciona a Carole King con Dusty Springfield; mismos ingredientes para, sin embargo, una exteriorización más romántica en Teenage Heartbreaker.
Es el soul quizás el elemento que de manera más recurrente aparece sobrevolando, una veces merodeando otras plantando su sombra de manera rotunda, por el álbum. En esa personificación más marcada, y sobre todo orientada a esos combos de contagioso espíritu encuadrados en la escudería Motown (Ronettes, Marvelettes), destacan Howl, la adaptación del tema de Garnet Mimms A Quiet Place e incluso el navideño y nostálgico Dead on the Snow. Mucho más tensionada y rabiosa resulta My Boy debido a la entrada de un rock arrastrado en la ecuación. Anyone por su parte se desarrolla bajo un toque más funk que por momentos incluso recuerda, por la manera de ser interpretada, a Amy Winehouse, mientras que Bessie, en la que se implementa la presencia del blues, es un homenaje más que personalista, una declaración de principios a la hora de reclamar el reconocimiento y presencia femenina en la música, y por extensión en todas las demás disciplinas.
Entre los diversos ritmos que nos propone este The Game también se incluyen aquellos que navegan delicadamente entre el swing y el rhythm and blues, que engloba desde Georgie Fame a Randy Newman (I Owe It to Myself), o momentos de bellísima intimidad como la final Ivy. Todos ellos se comportan como diferentes caras de una misma, y amplia, raíz musical que trabajan como gama de colores con los que hay que lidiar en un juego, que como nos descubre la niña de la portada, tiene un final ya marcado y conocido de antemano, lo que no debería de impedirnos saltar de orilla en orilla desde las que otear las muchas representaciones que ofrece el periplo vital. Para ello nada mejor que acompañarnos de la banda sonora que nos brinda este fascinante y adictivo disco realizado por Rubia.