Bilbao, “tierra bendita y hereje al mismo tiempo” (Pájaro dixit), asocia ya Semana Santa y primavera al músico sevillano. Ataviado de su excepcional banda, camisa negra con chorreras y mucha, mucha guasa, Andrés Herrera AKA Pájaro convierte la sala Satélite-T en un desierto en plena tormenta de arena, vía “Corre Chacal Corre”, tema de apertura de su álbum Gran Poder (Happy Place Records, 2018). El nuevo disco completa una sublime trilogía junto con Santa Leone (2014) y He matado al ángel (2016).
Maestría cuando tocan y mucho cachondeo entre tema y tema. Pájaro introduce “Lágrimas de plata” con su característica sorna: “Quiero morir como Elvis; millonario… pero más mayor”. El público le ríe todas las gracias.
Incontestables diálogos a las cuerdas los que mantiene con Raúl Fernández, muy dueño de su discreto virtuosismo; y Paco Lamato, que les sigue el ritmo bajo una atenta mirada cuasi demoníaca. Subrepticia pero firmemente, Antonio El Loma demuestra una elegancia aplastante a la batería.
Tras “Rayo mortal”, el cual contiene las palabras clave que dan título al nuevo LP, Pájaro deja a un margen las chanzas a las que nos tiene habituados y se pone serio: “Esta canción es para las madres y todas las mujeres… El gran poder no es nuestro, hay que compartirlo”. Puños y ánimos en alto. Un espontáneo aprovecha para gritar “¡Viva la República!”, a lo que el músico responde, socarrón: “Espérate, deja que acabe la promo y luego me pongo con eso”, bromea.
A propósito de compartir poderes y de la igualdad, servidora alza el puño irascible contra el manspreading. Pido disculpas de antemano por el palabro anglosajón, pero lo considero apropiado en aras de la economía del lenguaje. Esto es, mejor un manspreading en lugar de: señor que se expande en su insoportable petulancia. No contento con explayarse como si estuviera en el palco de los toros, te pisa, te mira con cierto desdén, respondes a su mirada como esperando una disculpa… que nunca llega.
Ole. En serio: ole.
En fin, sobre el escenario pasan cosas mucho más interesantes, por fortuna. Pájaro continúa desplumando sus nuevos temas. La canción “antifascista” “Los Callados” ha contado en el disco con el gran músico y compañero de fechorías en esta trilogía Julián Maeso. Melodía pausada de ecos fronterizos, evoca una especie de ranchera de corte solemne. “Oda a los olvidados/que lucharon por todo lo que les quitaron/mucho antes/de nacer”.
Interludio -“que no tiempo muerto”-, que el sevillano aprovecha para echar un poco de humo enriquecido “con permiso de la libertad”, se excusa.
Desgranados los principales temas nuevos, regresamos al sonido “Santa Leone”, que suena soberbio, litúrgico, dolorosamente analgésico. “Tres pasos hacia el cielo” nos mece con sus delicadas pinceladas surf en un amanecer veraniego.
El Loma se viene literalmente arriba y aporrea la batería de pie. El trompetista Ángel Sánchez, quien descansa a un lado del escenario, observa el panorama y ríe mientras se lleva las manos a la cabeza.
Pájaro exuda alegría vital y sudor de currela. Nos regala un speech canalla sobre el Carpe diem y el arte del buen (o mal) vivir: “Tengo 55 tacos y me quedan otros 55 para pasarlo mejor aún”.
Un corazón se desangra con admirable y hermoso estoicismo en el ya clásico “Perchè”. Pese a su inicio un tanto accidentado, como si les hubiera pillado de improvisto, nos derretimos sin remedio. Los músicos conversan con acordes elocuentes y miradas que lo dicen todo y que transmiten lo mucho que disfrutan sobre el escenario.
“Luces rojas” nos posee con su fuerza innegable. Agradecemos este duelo western que culmina con una bárbara coda instrumental, cuyo sugerente atisbo de stoner desértico se apoya sobre una percusión despiadada.
Fervor tabernario
Tras este inciso sobre los grandes éxitos, Pájaro regresa al nuevo disco “de platino,
con aleación de cobre, madera y hachís”. Tomamos al pie de la letra el consejo del bueno de Johnny Thunders: “Bailad, malditos, bailad” (“Yo fui Johnny Thunders”). Es viernes y el ambiente está ya de lo más flamenco, por lo que cala hondo “Tabernario”, un tema bandolero que Pájaro pone en contexto: “Cuando cierran todos los bares y terminas en un sitio no deseado”. Final épico, demencia jazz.
Se despiden de forma fugaz a ritmo de “Costa Ballena”, del álbum He matado al ángel. Pájaro vuelve para los bises silbando, dándole a las palmas y sin guitarra. Le sobra arte. “Apocalipsis” suena exactamente a eso: a jinetes apocalípticos que avanzan hacia su destino inevitable, con el coraje de quien se sabe ya no tiene nada que perder. Puro desierto salvaje e inabarcable.
Pájaro mira al frente y antes de decir nada ya nos fulmina con la convicción de su mirada: “Dispara, no falles, no seas cruel”.
Responde al desafío un soberbio Ángel Sánchez, con su trompeta ácida y certera (en cada disparo).
Magnética chulería en “Dogo’s Walk”, perfecto caldo de cultivo para “A galopar”. Con esta versión abrumadora del clásico de Paco Ibáñez con poesía de Rafael Alberti, se despiden entre vivas a ilustres como Lorca y Machado. Asistir a un concierto de Pájaro es un acto de celebración de la vida, el vicio, la República, la libertad, el derroche y el frenesí. Gran poderío nato.