Fotos: Alberto Almendro
Otro año más nos acercamos a las Campas de Mendizabala con la ilusión del adolescente primerizo en esto de los grandes festivales, sabiendo que, a buen seguro, íbamos a salir felices por lo que habíamos presenciado. Y es que el Azkena nunca defrauda aunque, bien es cierto que, tal vez, la edición de este año ha sido de las más flojas que yo recuerdo, pero claro… eso es cuestión de gustos.
Comenzaba nuestra primera jornada sobre las 19 h. y, para cuando accedimos al recinto ya habían descargado unos Soul Jacket que, en mi opinión se merecerían otro horario, y los Sheepdogs, que completaron un trepidante doblete que les había llevado de la plaza de la Virgen Blanca al escenario God en menos de cinco horas.
Pero lo primero que presenciamos nada más entrar fue el comienzo de la actuación de los alaveses The Allnighters en el escenario Love que, enseguida y con mucha rabia y remordimiento por lo que estábamos viendo (malditos solapes festivaleros), abandonamos para ir a ver a unos Rival Sons que ya atesoran una amplia legión de seguidores, tal y como pudimos comprobar. Los de California cumplieron con las expectativas y ofrecieron un concierto correctísimo, en el que demostraron que no son otro de esos grupos imitadores de Black Crowes, que tanto hemos visto en este mismo escenario, sino que van un paso más allá, ofreciendo una versión más hardrockera, que les acerca incluso a Black Sabbath, a quien por cierto tuvieron la oportunidad de telonear el pasado año, y que sacaron a relucir en la parte final del concierto. Gran comienzo del ARF 18.
Inmediatamente fuimos al escenario principal a ver al primer cabeza de cartel del ARF de este año: el incombustible Van Morrison. Mucho se había hablado sobre la presencia del “León de Belfast” en el Azkena, poniendo en duda que fuera suficientemente “rockero” para este festival. Pues, lamentablemente, y dejando claro que dio una clase magistral de saber estar en el escenario y que fue un concierto notable, la sensación general fue la de que, efectivamente, este no es su sitio. A pesar del esfuerzo del veterano músico por adaptar al entorno el setlist, escogiendo la parte más bluesera de su interminable discografía, Van “the man” no llegó a conectar con el público habitual del festival gazteiztarra, aunque sí que es cierto que sus fans quedaron encantados con una actuación de algo más de hora y cuarto en la que estuvo perfectamente arropado por una extraordinaria banda en la que destacó la corista. Conclusión: sí, pero no.
Con esa sensación agridulce, nos vimos de nuevo en la tesitura de tener que elegir entre Dead Cross y Thee Hypnotics y, con gran pesar porque teníamos muchas ganas de ver la propuesta de Mike Patton y Dave Lombardo, nos quedamos con Jim Jones y los suyos. A decir verdad, tuvimos poco tiempo para arrepentirnos, porque enseguida pudimos comprobar que el regreso de la banda británica ha sido una de las grandes noticias del festival. Al carismático frontman le hemos visto por estos lares varias veces, en diferentes formatos y bandas y casi nunca defrauda, pero la verdad es que Thee Hypnotics está hecho para él, y verles en acción es puro disfrute, primero porque tienen una discografía breve pero impecable, y segundo, y más importante, porque lo dan absolutamente todo en el escenario… una delicia para todos los amantes de esos sonidos crudos, lejos de virtuosismos, pero que salen directamente de lo más profundo; un paseo por el salvaje Detroit de finales de los 60 el que nos ofrecieron Thee Hypnotics, aparte de un chute de adrenalina para aguantar lo que aún nos quedaba.
Con una sonrisa de oreja a oreja fuimos a ver al otro cabeza de cartel de la noche: Chris Robinson volvía por tercera vez al escenario del Azkena, esta vez acompañado por su Brotherhood, una banda en la que todo funciona como una máquina perfectamente engrasada y en la que todos sus miembros desbordan experiencia por los cuatro costados, aunque seguramente sería injusto no destacar al guitarrista Neal Casal, el auténtico héroe en un concierto magistral en el que Robinson se mostró feliz, como indicaba su rostro a lo largo de la hora y media que duró el bolo. Seriedad y profesionalidad absoluta de una banda en la que es digno de admiración el papel secundario que acepta el líder de los Black Crowes, muy lejos del protagonismo que, inevitablemente, tenía con “los cuervos”; pero bueno… aquello, por el momento, ya es historia y ya tuvimos la suerte de vivirlo y disfrutarlo en su momento y ahora toca disfrutar de este otro fantástico proyecto en el que el músico estadounidense demuestra por qué es uno de los grandes del rock. Muy bien.
Con algo de miedo cruzamos la campa hacia el escenario Respect, donde no sabíamos muy bien lo que íbamos a presenciar. Muchos somos los que recibimos las primeras hostias de punk y rock and roll con el “Kick out the jams”, uno de los discos seminales de la escena punk americana y que ahora cumple 50 años. Precisamente por ese motivo, Wayne Kramer, único miembro fundador de la banda de Detroit, ha decidido juntarse con una serie de músicos de grupos como Fugazi, Soundgarden y Zen Guerrilla para crear MC 50 y celebrar las cinco décadas del disco que lo cambió todo, la quinta esencia de lo que es la crudeza del rock, lejos (muy, muy muy lejos) de lo que debe ser una producción perfecta, pero sobrado de actitud. Teniendo en cuenta la repercusión que MC 5 ha tenido siempre en el fan azkenero, la apuesta se presentaba arriesgada para el bueno de Wayne y los suyos. Pero, por suerte, las dudas se disiparon con los primeros acordes de “Rumblin´rose”, cantada por el propio Kramer, que posteriormente pasó la batuta a un más que correcto Marcus Durant: “Now it´s time to kick out the jams, motherfuckers” …y así fue, patearon, y de qué manera. Como anécdota y crítica constructiva, es paradójico que el sonido sonara casi como el original, algo que no creo que fuera intencionado. El tema del sonido, por desgracia, se está convirtiendo en algo habitual en los últimos años en el Azkena.
Segundo día de festi, 6 de la tarde y un sol que quema mucho, pero no tanto como los Nuevo Catecismo Católico, una auténtica bomba de relojería que el pasado año celebraba su 25 aniversario. Los NCC es uno de esos grupos a los que nunca te debes perder porque sabes que siempre te lo vas a pasar de puta madre con ellos, así que, por lo menos en mi caso, la primera elección del día estaba clara, aunque en el otro escenario estuvieran tocando Lords of Altamont. Los donostiarras llegaron al ARF con ganas de reivindicarse como el gran grupo que son (“llevamos 26 años en esto y es la primera vez que venimos al Azkena”, soltó Gonzalo en un momento del concierto) y tiraron de clásicos, aunque en realidad… ¿qué no es clásico en NCC? Pues eso, que desbordantes de energía y, sobre todo, actitud, se curraron un conciertazo de unos 50 minutos en el que sonaron temas de la primera época de la banda e incluso de La Perrera, banda en la que comenzaron los hermanos Ibañez y auténtico gérmen del sonido Buenavista a finales del siglo pasado. Como en aquellos primeros tiempos de la banda, Gonzalo ejerce de nuevo de cantante y su hermano Arturo demuestra que es uno de los mejores guitarras que tenemos por aquí; también salió a colaborar con ellos Kurt Baker en un bolo en el que, como ya es habitual, no defraudaron a sus seguidores que, por cierto, eran bastantes, teniendo en cuenta la hora a la que tocaron.
Nueva demostración del excelente estado de salud del rock vasco con Berri Txarrak. Nuestro grupo más internacional demostraron por qué tenían que estar allí a pesar de que, a priori, podría parecer que su público no es el del ARF… ¡ay prejuicios, qué malos son! Tremendo bolazo el que se marcaron Gorka Urbizu y los suyos que tuvieron tiempo incluso de recordar la primera vez que tocaron en el Azkena aquel lejano 2006, presentando por aquel entonces Jaio.Musika.Hil, el disco que cambiaría para siempre la historia de la banda y del rock en euskera.
Tras un pequeño paseo por la zona Trashville para ver el final de la sorprendente propuesta de Hugo Race & Michelangelo Russo y la peculiar e indescriptible performance de The Yelling Kitchen Prince, nos preparamos para vivir uno de los grandes momentos de esta edición: el reencuentro con unos Mott the hoople que dieron una lección de cómo se debe envejecer en esto del rock and roll, un concierto perfecto en ejecución y en el que Ian Hunter mostró que se encuentra en absoluto estado de gracia, tal y como pudimos comprobar a finales del año pasado en su gira en solitario.
Nuevo cambio de escenario para ver un ratito a Dead Elvis & his one man grave, con una propuesta tan sencilla como arriesgada y divertida que nos encantó y al que dejamos a medias para ver a Turbonegro, otro de los platos fuertes del día. Con estética a lo Village People, la banda noruega cumplió ante su entregada legión de seguidores llegada desde todas partes con sus clubs de fans Turbojugend repartidos por toda Europa. Uno de esos grupos que nunca desentonan en este festival y que suponían el aperitivo ideal para lo que estaba por venir.
Lo de Dream Syndicate fue de otra galaxia. Steve Wynn y los suyos están a un nivel estratosférico y se nota en el escenario, en cómo se compenetran, en cómo tocan y, sobre todo, en cómo lo transmiten a un público que respondió con creces a lo que estaban viendo que no era, ni más ni menos, que uno de los mejores conciertos de este año.
Satisfechos por lo que acabábamos de presenciar, nos dirigimos al escenario principal para ver a Joan Jett y sus Blackhearts, un concierto sorprendente y en el que la veterana cantante demostró estar en un estado de forma envidiable, acompañada por unos Blackhearts notables y dando un bolo en el que desde la primera canción se ganó al personal, ya de por sí entregado y a quien no defraudó, tirando de clásicos inevitables y necesarios que crearon una preciosa comunión entre artista y público. Gracias por la visita, señora Jett, vuelva cuando quiera.
Del resto de la noche, poco puedo contar porque, para mí, con la gran Joan Jett se acababa el ARF 2018 así que… hasta el 2019, donde estaremos para disfrutar de la música y contarlo, en el único festival rockero de verdad en el estado, tan alejado del nido de amantes del selfie y del postureo en el que se han convertido otros que nos quedan más cerca. Por cierto, Wilco es la primera banda confirmada por la organización para el ARF 19… suma y sigue, ¡hasta el año que viene!