Cuando era adolescente tenía una especie de ritual: ahorraba un poco de dinero todas las semanas y me compraba un disco de Bob Dylan. Todos los viernes iba a la tienda, observaba con atención las portadas, leía los títulos de las canciones y elegía uno. Después dedicaba los días siguientes a estudiarlo con calma, escuchaba una y otra vez el álbum de principio a fin y traducía cada frase. En menos de un año, tenía toda su obra.
“Another side of Bob Dylan” siempre fue mi favorito. Lo sigue siendo. Vuelvo a él con mucha frecuencia. Me parece que refleja la libertad absoluta del artista. En aquel momento todo el mundo esperaba de él que siguiera escribiendo esas grandiosas canciones políticas de sus dos álbumes anteriores en las que reflejaba como nadie la sociedad del momento, las grandes batallas por los derechos civiles que estallaban cada día en los Estados Unidos a principios de los años sesenta. En cambio, él decidió seguir su propio camino y grabó esta hermosa colección de canciones sobre el amor y la libertad. Mucha gente, como era de esperar, le criticó duramente y él respondió con estupefacción aquello tan maravilloso de: “The songs are insanely honest”.
Me gusta también cómo lo grabó. Cuentan que entró al estudio una tarde con unos cuantos amigos y unas botellas de vino francés. Ninguno de ellos había escuchado esas canciones antes. Tres horas después el disco estaba terminado. Me parece la mejor forma de hacerlo. De hecho, yo siempre he imitado ese proceso en todas mis grabaciones. Lo recomiendo. Amigos, canciones y vino. ¿Hay alguna forma mejor de hacer un disco?