La música a veces tiene el poder de conectarte o desconectarte del mundo, pero el poder que ejerce Robe tiende a ir más allá, al fin y al cabo, que tuviéramos una expectativa muy alta por este concierto era inevitable. Además, cuando llevas tanto tiempo sin tomarte ciertos privilegios y, de pronto, te levantan el castigo (a medias) esas expectativas se disparan. A esto hay que sumarle la novedad de poder estar de pie viendo a Iniesta, disfrutar del despliegue de músicos de los que se ha rodeado y la gira truncada de Extremoduro.
La apertura de puertas se hizo en torno a las 19.30 horas, con la pista agotada y en la grada aún quedaban entradas. Para esa hora ya había bastante movimiento fuera del recinto y dentro ya se podían ver los primeros sitios ocupados. En pista las dos primeras filas ya lo estaban, eso sí, aguardaban la espera sentados en el suelo del pabellón, custodiando el sitio con vistas a lo que pudiera venir y sin ganas de desgastar suela en vano. En las gradas el número de gente era mayor, pero ellos ya contaban con el privilegio de la silla. Se podía ver desde un grupo grande de chavales, a familias con hijos defendiendo el recién estrenado merchan como nadie; un par de heavys de larga trayectoria por aquí, junto a un adolescente con una camiseta con la cara de Selena Gómez por allá. Lo dicho, un público muy variado. En principio, el escenario parecía amplio y frío; sin apoyo de pantallas extra, con un telón negro de fondo donde destacaba la batería rodeada de unos llamativos paneles aislantes (cosas de la acústica).
No tardó en empezar, quince minutos después de lo previsto se dibujó el parpadeante símbolo de mayéutica en el telón dando el pistoletazo de salida. El símbolo fue a parar a una esquina donde uno por uno fue dando a luz a cada músico: el primero; Lorenzo, al bajo, seguido de Alber Fuentes, a la batería, Álvaro Rodríguez directo al piano, Woody Amores, con la guitarra, David Lerman al clarinete, Carlitos con el violín, y, (¡hostia!), Robe. Con su salida, hacían sonar sus instrumentos de forma escalonada hasta dibujar perfectamente el tema: «Hoy al Mundo Renuncio».
Era pronto para enredarnos en impresiones, pero a Robe se le veía en calma, con la serenidad de quien se sabe la lección y solo le queda disfrutar. En cuanto a los músicos que le acompañan, sus caras reflejaban emoción y ganas; no necesité mucho más para darme cuenta de que había sido un acierto plantarme en tercera fila.
Con «Guerrero» las tímidas voces del público empezaron a sumarse. Al final del tema, Robe se dejó llevar y nos regaló algo parecido a un baile. Dejando de lado sus trabajos en solitario, le siguió un renovado «Si te vas», primera canción de Extremoduro en sonar. El violín de Carlitos guío de una forma preciosa el principio de «El Cielo Cambió de Forma» y «Golfa»; a partir de aquí ya nos tenía a todos volcados completamente, gritándole la letra al placentino como si no se la supiera.
Pero si alguien podía representar la euforia del público en el escenario ese era Lorenzo, que con el buen rollo que le caracteriza se marcó un speech muy divertido que sirvió de puente hasta el elocuente «Contra todos» (bajo mi opinión, una de sus mejores letras). Tras «Un Suspiro Acompasado» pude escuchar: “solo por esta canción ha merecido la pena”, por un momento había olvidado que estábamos todos juntos frente a Robe, que hacía casi dos años desde el último concierto de pie, y que cuando estás tan cerca de la gente se filtra lo que dice el de al lado.
El concierto se aproxima al ecuador con tres canciones de Extremoduro; «El Camino de las Utopías», «Locura Transitoria», con los juegos de teclado de Álvaro, y terminan sumergiéndonos en “La Ley Innata” con «Dulce Introducción al Caos»; donde somos partícipes de un duelo brutal entre Woody Amores y Carlitos (guitarra vs. violín), un encuentro que se fue repitiendo a lo largo del concierto potenciando cada corte.
“Haced lo que queráis y que no os vean”, ese fue el hasta luego de Robe. Un descanso de 30 minutos donde se pudo reparar en costumbres de la vieja normalidad. Media hora da para mucho, pero daba igual a dónde fueras que siempre había gente y cola. Pensándolo bien, no iba a condicionar mi apreciada tercera fila por nada que pudiera hacer después del concierto. Por mi parte, pensé que volver al sitio y sentarme en el suelo era la mejor opción (curioso cómo cambian las tornas y ahora en los descansos aprovechas para sentarte).
Es aquí donde empieza Mayéutica, y no dejan de tocar hasta su fin. La sinfonía empieza con un solo de guitarra de Woody alucinante y con el público absolutamente entregado. Con el «Primer Movimiento: Después de la catarsis», parece que al público se nos empiezan a despegar un poco los pies del suelo. No sobra ni falta nada; el sonido suena limpio, contundente y precioso. Cantando “Voy caminando Y, de cuando en cuando, encuentro una canción Que me empuja, me eleva y me lleva y me lleva” nos lleva al esperado «Segundo movimiento: Mierda de filosofía», y con él la euforia desatada de los presentes. La actitud cómplice entre los siete fue constante, por muy minuciosa que fuese la interpretación sacaban tiempo para bromear entre ellos.
«Tercer movimiento: Un instante de luz» nos hace un guiño y cambia la letra a “ojalá me muera de repente, ahora. Fruto de esta alegre sobredosis que me da al teneros justo enfrente ahora y ya no necesito nada más”. Pues nada, te dice esto el de Plasencia, y ya te puedes ir para casa; pero nada de eso, estábamos en el mejor momento del concierto.
«Cuarto Movimiento: Yo no soy el dueño de mis emociones» fue brillante, juego de luces incluido. Llegados a los casi 45 minutos sin descanso, concluye «Coda feliz» y una mueca orgullosa por parte de Iniesta da por finalizada la obra, un gesto complaciente nos muestra orgullo por el trabajo bien hecho. La implicación del público en cada tema fue un reflejo de la terrible acogida que ha tenido su último trabajo.
Arranca «Standby» recitando el conocido poema de Francisco Ortega: «Me enervan los que no tienen dudas y aquellos que se aferran a sus ideales sobre los de cualquiera» y esa eufórica respuesta por parte del público que se mantiene en «La Vereda de la puerta de Atrás» y «… Y Rozar Contigo» que se ganó el clásico cántico futbolístico de ¡Oe, oe, oe, oe! Por parte del público. No olvidemos que esa noche se debatía entre dos grandes (bastante dispares entre sí); uno jugaba en la catedral y al otro lo teníamos enfrente.
Una sonrisa de Robe bien amplia dirigida al público dio paso a la última «Ama, Ama, Ama y ensancha el alma». Aquí terminaron las dos horas y media de espectáculo. Él ya avisó: “vivir significa para nosotros (los artistas) transformar continuamente lo que somos en luz y en llama”. Lo consiguió, pudimos comprobar que Robe es quién mejor atormenta y consuela. Nos fuimos cansados, pero con el corazón lleno.
- Texto: Ane Gorostiaga.
- Fotografías: Iñigo Pas Bas.