Texto: Joseba Aizpurua.
650 asistentes, 3 músicos de la banda y El Drogas, llenaron el antzoki. Ingredientes idóneos para preparar la tormenta perfecta. Un concierto de dos horas, rapidísimo, directo, con alguien que encima del escenario se crece, se gusta, y que retransmite perfectamente al público su idea del rock’n’roll.
Estética muy suya la que utiliza Enrique Villarreal, chistera, chaqueta negra, chaleco,corbata púrpura y pantalones a cuadros lilas. Todo forma parte de un espectáculo que ayuda a hacerte la idea de que estas viendo uno de los mejores directos a nivel nacional.
Sus bajadas, micro en mano al gentio, sus poses, sus helicópteros con el micro que llegaban casi hasta la barra del bar, su camaradería con aquel que quiera subir a cantar un trocito de canción al escenario con él, hacen buena la idea de colgar el bajo y dedicarse a lo que mejor hace, cantar y dar espectáculo.
Como no podía ser de otra forma y para marcar lo que iba a ser el devenir del concierto, se arrancó con la canción «Están para violarlas» y seguido «barrio conflictivo». A estas alturas ya tenía metido en el bolsillo a un entregado público. Una primera parte muy cañera y rápida que se prolongaría más allá de la mitad del bolo. Muy a mi pesar, no tocó «Collar abandonado», nadie es perfecto (risas). Y como despedida en el bis, toda la banda, incluido «Brigi» con el timbal en mano, en perfecta fila en el escenario, cantaron «Otros tragos». Dejaron a la gente cantando el estribillo, bajaron del escenario, y pasando entre el público salieron del antzoki al compás del timbal. Regresaron después, mientras el gentío seguía con el estribillo, volvieron por el mismo camino y se despidieron. Es divertido y curioso, ver al Drogas con el timbal cargado a sus espaldas y «Brigi» golpeándolo sin piedad, paseándose entre la gente. Puro espectáculo. Y como dijo el maestro antes de despedirse, un puto placer.
