Esta es una velada que promete siniestrismo del que revitaliza cuerpo y mente. Sopla un viento moderadamente airado en la Ciudad Verde de Vitoria-Gasteiz. Todo parece sospechosamente tranquilo. Cerca de un salón de juego, una iglesia cuyo cartel publicitario reza –ejem- “Quiero misericordia” y varias peluquerías modernas, la sala Jimmy Jazz ha reunido “a lo mejor de cada casa”, apuntará Ana Curra al poco de comenzar su Acto.
Antes, el combo liderado por Txarly Usher (Carniceros del Norte) y Mikel Biffs (Safety Pins), Niños Pájaro, se encarga de desplegar sus alas oscuras y sublevar los ánimos. Al pie de un micro que Usher utiliza con aires cabareteros, reposan un puñado de folios con unas letras que encierran verdades como puños y que el cantante se agacha para consultar con atención. Son letras significativas: “En esta espiral se pierde el tiempo”; “Sólo nos destruye lo que nos divierte”; “Nadie nos quería y ahora nadie nos tendrá”; “Cambio recuerdos por nada”…
La vís(cera) teatral de Usher le da cierto aire Edgar Allan Poe a esta interesante propuesta post-punk, para dar paso a la liturgia demoledora de ‘El Acto’, álbum único e irrepetible de Parálisis Permanente que ahora recupera (y reivindica) una de sus componentes, la igualmente única e irrepetible Ana Curra.
El que fuera bajista original de esta banda, Rafa Balmaseda; el también “viejo amigo” César Scappa (guitarra y voz), Ángel Antonio Berdiales (guitarra y coros) e Iván Santana (batería) se encargan de ambientar el leitmotiv con el que arranca el concierto e inculcarle un aire fantasmal.
El público recibe con una gran ovación a Ana Curra, quien pronto aporrea el teclado con fuerza y hace balancear el pie del micro en el abismo. “Me han hecho un apaño para que no se caiga porque soy una bruta, no pasa nada”, relativiza con ese inconfundible deje chulesco de los Madriles.
No habrá tregua desde entonces: ‘Quiero ser tu perro’, ‘Yo no’ y ‘Nacidos para dominar’ muestran a una Ana Curra en estado óptimo. Pura fibra, puro nervio y pura vida. Y esto sólo es el calentamiento…
‘Héroes’ otorga a la noche un aura de indisoluble solemnidad, que se desquicia y se alterará con trallazos capaces de convertir la horchata del más tibio en sangre enriquecida en uranio. Es el caso de ‘Más’ y ‘Ratas’, ambos temas de Seres Vacíos, proyecto de Ana Curra y Eduardo Benavente que sucedió a Parálisis Permanente. El ritmo es frenético, el sonido nítido y demencial. La banda acompaña con fidelidad y acierto a una líder en estado de gracia. Es difícil contenerse e imposible distraerse.
Con ‘Tengo un pasajero’, canto alienígena y contundente donde los haya, Ana Curra adquiere un protagonismo absolutamente merecido. Por fin lleva la batuta. Han pasado 30 años y la vida hace mella, mas no hay llaga que la corrompa por profunda que ésta sea. Justicia poética y espíritu punk.
Un solo al teclado da paso a la sublime distorsión de ‘Pájaros de mal agüero’, que Curra dedica socarrona y cariñosamente a los Niños Pájaro. Incluído en su álbum en solitario “Volviendo a las andadas” (1969), se antoja esta noche toda una declaración de intenciones de rabiosa actualidad. ‘Quiero ser santa’ y ‘Sangre’ calan hasta los tuétanos y remueven las entrañas.
En ‘Todo sigue igual’ una saltarina y divertida Ana Curra se acompaña de la bajista Pilar Román. Ritmo esquizofrénico en ‘Jugando a las cartas’ y ‘Todo el mundo’; la gata madrileña clava su mirada extasiada en un público entregado.
Aún guarda más ases en la manga, pues nos dedica una memorable versión de ‘Adiós reina mía’. Confiesa que en un inicio pensaban tocar algo de Cicatriz en honor a la capital alavesa, pero no tenían nada ensayado y Eskorbuto, qué decir tiene, siempre es una apuesta segura. “Con Eskorbuto se ha ido todo a tomar por culo”, se sincera César Scappa.
Curra doma literalmente a las fieras incontroladas con un solo al teclado. Interpreta con una clase indiscutible nada menos que Chopin. Y entonces se produce el milagro: la sala enmudece. Sólo importan ella y Chopin. Las últimas notas se retuercen de nuevo en un trance siniestro con el que irrumpe ‘Adictos a la lujuria’. Repetimos: Chopin y ‘Adictos a la lujuria’. Y casan con pasmosa harmonía. ¡Pues claro!
Con ‘Autosuficiencia’ servidora se desentiende y no atiende a razones, y la traca final en forma de ‘Un día en Texas’ es una catarsis que nos deja con ganas de ¡más sangre, más Chopin y más punk! ¿Quién quiere misericordia?
“Acto: 9. Fil. Lo real, lo que es determinación o perfección de la potencia” (DRAE).