Aprovechamos la reciente visita de Def Con Dos a Bilbao para hablar con su líder sobre el nuevo disco Trending Distopic y otras distopías en las que el cantante (y todos nosotros) nos hayamos inmersos. “Con Ultramemia se nos tachó de agoreros, pero nuestro mensaje está hoy más fresco que nunca”, asegura.
Vuestra presentación del disco ‘Trending Distopic’ en Bilbao coincide con el desarme de ETA. Mejor no hacemos chistes, ¿no?
(Risas) Hombre, ante todo es algo que celebrar. Ha coincidido así y creo que es una gran fiesta que ETA deje las armas definitivamente; es una muy buena noticia para Euskadi y para todos en general.
¿Sin humor no hay democracia?
Evidentemente, no. El humor, la ironía, el sarcasmo, la sátira… forman parte del capital de la inteligencia. Además, es un ejercicio sano para el cerebro, en cualquier cultura se considera algo bueno: siempre es mejor reír que llorar, en fin… Dentro del campo de las emociones, creo que todas las que produce el humor son saludables. Sin embargo, parece que hay una vuelta a unos esquemas totalitarios que criminalizan el humor y nos retrotraen más allá de la Edad Media –pues entonces ya existía la figura del bufón, quien podía encararse al Rey, hacer críticas, reírse, etc.-. Este es un momento muy, muy peligroso. Están intentando hacer un recorte brutal en todo, ¡pero pretenden que pase lo más desapercibido posible! Por eso es importante llamar la atención sobre esto: no es una broma.
Tu condena de un año de prisión por unos ‘tuits’ no es ninguna broma, desde luego.
Cuando me detuvieron la gente me decía: “¡Pero cómo te van a condenar a ti! ¡Es ilegal!”. Existe un debate enorme al respecto en este momento. He sido absuelto dos veces, incluso en el Tribunal Supremo hay un magistrado disconforme con la sentencia que ha emitido un voto particular a mi favor. Se quiere dar paso a una guerra cultural donde todo lo que hasta ahora se creía tolerable, ya no lo es. Ese es el paso entre un estado democrático y uno autoritario. Que no nos intenten colar esto como democracia, porque no lo es. Es un estado de recortes que nos retrotrae a las épocas oscuras de la dictadura.
En una reciente entrevista con Andreu Buenafuente, comentabas que habías aprendido a gestionar el miedo, ¿deberíamos ‘acostumbrarnos’ a gestionar este tipo de miedo?
Todo esto responde a una estrategia de amedrentamiento por parte del poder. Es un buen momento para imponer la política del miedo, esa “doctrina del shock” de la que habla Naomi Klein: primero nos imponen una política de “austeridad” que ha llevado a muchísimas familias a situaciones críticas, para después recortar todo el estado de derechos y libertades que tanto ha costado levantar. Esta estrategia no es pasajera, pues se ha ideado precisamente para blanquear el régimen anterior y a determinados personajes del franquismo. O sea, revisionismo histórico. Esta ofensiva es un dislate que debemos reconocer en toda su dimensión, porque nos lleva hacia una catástrofe que se llama dictadura.
En esta cultura del miedo, ¿qué aterra más: la censura o la autocensura?
Ambas van unidas. El ser humano convive con el miedo. Cada uno tiene sus miedos, los que le ha ido deparando la vida, aquellos que no ha sabido gestionar o superar. Y están ahí, dormidos. En una situación de peligro, se despiertan y es cuando entramos en pánico. En mi caso, lo que hace el Estado es ejemplarizar: persigue a determinados personajes públicos para que todos sus seguidores puedan sentirse susceptibles de ser perseguidos también.
“El miedo impuesto sólo atenta contra nosotros mismos y le hace el juego al sistema”
Así es como vivimos en un estado de paranoia…
Exacto. No es un miedo real, es un ataque de ansiedad. La manera de superar esto es enfrentándote a tus miedos, evidentemente. Puedes irte a terapia, al psicólogo, puedes hacer muchas cosas. Pero no todo el mundo lo hace. A mí me ha pasado eso: soy una persona con un montón de movidas en la cabeza que nunca había tratado y, a raíz de esto, me he visto obligado a aprender a no dejarme llevar por el miedo. Con todo, es importante guardar una dosis de miedo, ya que va asociado a la prudencia, que en determinadas ocasiones es decisiva. Pero el miedo impuesto, el que desencadena todos nuestros miedos internos, mejor deshacerse de él: sólo atenta contra nosotros mismos y le hace el juego al sistema. Y sí, el sistema sabe perfectamente lo que está haciendo.
¿Tienes contacto con Cassandra Vera (‘tuitera’ también condenada a un año de prisión por sus chistes sobre Carrero Blanco)?
He coincidido con ella en varias ocasiones, somos amiguetes, sí. Su caso ejemplifica perfectamente el tipo de persecución que hace el gobierno. En mi caso se han equivocado, es decir, han elegido un perfil que despierta muchas empatías mediáticas. Incluso en el ámbito político, Eduardo Madina ha salido en mi defensa. En el caso de Cassandra, al no tener un perfil público, el efecto trituradora se reproduce con toda su crueldad. Las consecuencias son demoledoras incluso si te absuelven, porque se trata de una denuncia de castigo. Pasas un vía crucis y exponen tu imagen en los medios de una manera peyorativa y absolutamente tendenciosa. Todo eso pasa factura a nivel social, emocional -de forma brutal-, y a todos los niveles. Ella lo ha padecido mucho, hasta el punto de que todas sus expectativas laborales a medio plazo se han frustrado. Y no es la única: también a Madame Guillotine, una chica de 20 años que empezó a escribir tonterías en Twitter, la condenaron, ¡pero que son cosas de chiquillos!
Como si no hubiera corrupción ni delitos (reales) que perseguir, claro…
Ahí entra en juego la cuestión de la Audiencia Nacional, que como tribunal, desde la desaparición del terrorismo, ha perdido su razón de ser. ¿A quién juzgamos ahora? Hala, pues a los tuiteros, a los blogueros y a los humoristas. Es algo propio de estos estados democráticos entre comillas, como Rusia y Turquía, en los cuales se recortan las libertades impunemente y se acaban convirtiendo en dictaduras.
¿Qué sensaciones has percibido por parte del público en los primeros conciertos de este nuevo disco?
He recibido un apoyo masivo. La gente ha venido más los conciertos, quienes ya no me seguían han vuelto a hacerlo, quienes no nos conocían se han acercado a nosotros, jóvenes que redescubren ahora nuestros vídeos y discos… Todo ello ha contribuido a que el público de Def Con Dos se reivindique a sí mismo. En este caso, con el disco nuevo, estrenamos una nueva formación y está funcionando muy bien. Son muy jóvenes, tienen muchísimas ganas y se han criado escuchando a Def Con Dos –de hecho, el cantante Samuel Barranco tiene la misma edad que el grupo (28 años)-. Esta renovación también ha sido muy importante en su aportación al nuevo disco. Todo esto hace que los directos sean brutales. Siempre hemos mantenido directos muy potentes, pero llegó un momento en que quizá no todos estábamos dispuestos a seguir el mismo ritmo. Ahora, en cambio, vamos todos a una. Y eso se nota. Subimos al escenario como quien lo hace a un ring. Como veterano del grupo, espero morirme de un infarto, tan feliz, haciendo lo que me gusta, que es tocar.
Igual que con la elección de Trump se dispararon las ventas de ‘1984’ de Orwell, tal vez ahora sea buen momento para comprar ‘Trending Distopic’ de forma masiva…
(Risas) ¡Hombre! De hecho, toda la carrera de Def Con Dos trata unos temas que en su día muchos no entendían. Desde “El Gran Hermano te vigila…” del propio Orwell a la guerra contra el adosado, el monovolumen y el centro comercial, la política del chándal, canciones como ‘Que no te cojan’ o ‘Mundo chungo’. Este último tema es de 2005, y parece como si el Ministerio del Interior hubiera estudiado el videoclip para proceder a mi persecución… Recuerdo que cuando publicamos el álbum Ultramemia –la gran distopía, lo que está ocurriendo hoy-, hubo quien nos tachó de ser un grupo “agorero”. Les parecía que, como decía el del bigote, “España iba bien”. El mensaje del grupo, a día de hoy, y aunque tenga la barba cana y pueda estar mayor, está más joven y fresco que nunca. Eso es lo que permite a una banda tan veterana como Def Con Dos seguir tocando como si no hubiera pasado el tiempo (risas).