Lastra: “Una canción es un cúmulo de imperfecciones que parece perfecta”

Jose Lastra, conocido tan solo como Lastra en el mundillo musical, es parte de la historia reciente de la música en Bizkaia, en Euskadi, en el Estado e incluso en el extranjero. Lleva más de 25 años trabajando como técnico de sonido y por sus manos (y sus mandos) ha pasado gente como PiLT, Kashbad, El último ke zierre, Ama Say, Piztiak, Zea Mays o Empty Files, entre otros muchos.

¿Cómo empiezas a interesarte por el trabajo de técnico de sonido y qué es lo que más te atraía de este mundillo?

La verdad es que empiezo como músico en El límite, que ganamos el Villa de Bilbao en el 90, y llegamos a grabar unos cuantos discos. En aquel momento no tenía pensado dedicarme a esto, pero un día, allá por el año 89, fui a pedir un teclado al estudio donde íbamos a grabar y terminé quedándome a trabajar allí.

Siempre me había parecido un mundo mágico e interesante y cuando grabábamos, siempre estaba interesado en el procedimiento y me gustaba aprender y saber las cosas. Antes de aquello ya había hecho grabaciones en cuatro pistas, por ejemplo haciendo jingles para la radio, pero la primera cosa que grabé en plan profesional fue un órgano Hammond con la Dolphin Blues Band en el 89. Yo entro a grabar un disco para nuestro grupo, salgo grabando para otra gente y esa misma semana ya estaba trabajando con  Juan Carlos Pérez.

¿Y desde entonces has hecho casi de todo?

Pues sí, porque aparte de muchos grupos vascos he trabajado con bandas de fuera como Warcry, El ultimo ke zierre… El haragán y compañía, que es un grupo mexicano que ha vendido ¡un millón de discos!, se te hace muy curioso y nunca sabes donde te va a llevar este trabajo.

Uno de tus momentos importantes fue cuando sacaste los discos de PiLT, que supusieron una pequeña revolución en el rock en Euskadi…

Sí, yo hice los tres primeros discos de PiLT, aunque antes había hecho los de Ama Say, que también fueron un revulsivo, lo primero porque éramos un grupo bizkaino en un mundo de gipuzkoanos y lo segundo porque no tenía nada que ver con el entorno que le rodeaba. PiLT fue lo mismo, una apuesta casi personal porque, al principio, Esan Ozenki nos dijo que no, pero que podía interesarle si demostrábamos durante un verano que podíamos desenvolvernos solos. Y al final de ese verano hicimos un concierto en el gaztetxe antiguo de Hondarribi y allí ya se convencieron.

¿Estaba ya “Hil da jainkoa”?

Estaba como canción, pero todavía no estaba en el disco. Al final hicimos un trabajo que fue un “sindios” sin apenas presupuesto y que grabamos en un colegio de monjas porque en Deusto no se podía hacer. Yo quería que grabara toda la banda junta en directo y lo teníamos que hacer en un sitio amplio donde se pudiera montar un estudio móvil y grabar una cosa así.

Perdona, ¿me has dicho que grabasteis “Hil da jainkoa” en un colegio de monjas?

Sí, en el colegio de las Irlandesas, pero creo que ellas nunca supieron el título del single (risas).

Después de esto has sido responsable del sonido de un montón de grupos vascos más…

Eso es, después de Ama Say llegó PiLT, después Zea Mays, luego Split, Audience, Le Noise, Piztiak, de los actuales está el Txef A o Empty Files… hay mil y todos han tenido su importancia y su rollo y todos han supuesto algo y han llegado a algún sitio.

«No existe un disco idílico, es imposible»

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¿Te ves ahora grabando cualquier cosa?, o mejor dicho, ¿qué no grabarías?

Hay cosas que no entiendo musicalmente y seguramente me costaría más trabajo hacerlo, no porque no pueda, sino porque, como te digo no lo entiendo. Por ejemplo me dijeron para grabar un disco de salsa y les dije que no porque no sabría ni por dónde empezar, son estilos de música que no voy a poder comprender; pero fuera de eso de todo porque también he grabado música clásica, electrónica, metal, pop, rock…

¿Tienes algún disco favorito?

Yo creo que esto es como los hijos, son todos guapos…o todos feos (risas), no hay un favorito porque cada uno ha supuesto una cosa y tiene su historia personal con cosas bonitas dentro de esa historia.

¿Y alguno que te costó más que los demás y que te cagaste en todo para hacerlo?

Pues no, porque en todos los trabajos siempre hay algo divertido y gratificante, que te hace sentir bien. Al final, los retos también son algo bueno, no todo tiene que ser cómodo y fácil. Muchas veces los mejores momentos son cuando alguien se pone cabezón porque quiere conseguir algo concreto y eso te obliga a esforzarte más en conseguir algo mejor, es como lo de “a que no hay cojones” (risas)… dentro de los discos siempre hay momentos mejores y peores pero eso forma parte del proceso creativo y no puedes disociarlo y quedarte sólo con lo bueno, no existe un disco idílico, es imposible.

Aparte hay otro detalle importante porque hay que pensar que, al final, estás trabajando con gente que tiene problemas adicionales a la música. Vivimos en un territorio donde los músicos, por desgracia, no pueden vivir de la música, lo que les supone un esfuerzo enorme y también una frustración muy grande. La mayoría de ellos, casi el 100%, son grandes artistas y es una pena ver que gente con una capacidad creativa increíble no puede vivir de ello. Tienen que grabar el disco cuando salen de sus trabajos quitándose el tiempo de su sueño o su familia, es como robar tiempo de su vida para entregárselo a la música y eso les lleva muchas veces a estar con tensión y a hacer las cosas con prisa porque cuentan con un presupuesto limitado. En esa situación tengo claro que el que puede correr soy yo y tengo que tener paciencia y asumir mi responsabilidad.

¿Por qué crees que es tan difícil que la gente pueda vivir de esto?

Sí que hay gente como Rafa Rueda o Xanpe que han terminado viviendo de la música, pero como grupo es muy complicado. Cuando yo empecé a tocar todos soñábamos con poder vivir de la música y era viable porque había compañías, gente que compraba discos, tenías tus royalties, tus anticipos de royalties… una serie de mecanismos que lo hacían posible, una infraestructura que ofrecía ese soporte. Bien es cierto que en la música vasca esa infraestructura se ha mantenido  más o menos estable porque aquí es casi una cuestión de militancia, pero es cierto que, en aquella época había muchos menos grupos que pudieran acceder al mercado discográfico a pesar de que hubiera 100.000 en Bilbao. Yo me acuerdo que, sólo en Iturribide, podía haber 10 grupos ensayando y en Prim había cuatro locales de ensayo, algo que ahora sería inviable.

¿Qué piensas que ha cambiado? ¿La música, la sociedad…?

Mira, yo ensayé en mi garaje durante siete años y nunca se quejó nadie, la gente ensayaba en pisos y, hoy en día, casi no puedes ensayar ni en un local insonorizado. El nivel de tolerancia que había en esa época hacia ese fenómeno es hoy impensable. Hoy en día eres una molestia y, cuanto más lejos mejor.

Hemos cambiado muchísimo para lo bueno y para lo malo y culturalmente hemos perdido muchas cosas. Pero es normal, es igual que lo que se ha modificado el ocio, antes sí que había discotecas en casi todos los barrios pero ni se nos pasaba por la cabeza estar estáticos toda la noche en un sitio, sino que íbamos de bar en bar y, como no había móviles, siempre sabías donde estaban tus colegas.

Y a pesar de todo, estamos viviendo una época en la que podemos disfrutar de una oferta de conciertos brutal en Euskadi…

En ese sentido, hace poco estuvimos con Zea Mays en el Xurrut y, al poco, anunciaron que no iban a dar más conciertos allí y el razonamiento era la baja afluencia del público. La oferta ha aumentado mucho más que el público que va a los conciertos porque seguimos siendo un pueblo y, cuando era joven, conciertos internacionales los podías contar con los dedos de una mano. Hemos pasado de eso a una saturación y tenemos un dinero limitado y no podemos ir a todos.

¿A nivel tecnológico también se nota mucho cambio?

En el mundo de la grabación hay pocas cosas que no estén inventadas y, sin embargo, todos los días aparecen cosas nuevas, es algo muy curioso. Lo que es el proceso de grabación no ha cambiado ya que hay dos métodos clásicos: la grabación representativa, en la que todo lo que se toca es real y otro que es una creación de una fantasía que es lo que llega con los Beatles, por ejemplo, cosas que no están en la realidad y que solo existen en la grabación.

El problema de este último método es llevar eso al directo. Por ejemplo te llega el “Sargent Pepper´s” de Los Beatles o el “Pet sounds” de Beach Boys,  discos de una complejidad increíble, con gran cantidad de matices, imposibles de trasladarlo al directo porque involucran a un montón de gente y conllevan una serie de procesos adicionales que, hoy en día, serían viables pero hace años no.

Las herramientas, fundamentalmente, también son las mismas: micrófonos, previos de micrófono, aparatos para cambiar la dinámica de esos instrumentos y un grabador. Lo que ha cambiado es el soporte donde grabamos ya que hemos pasado de esas cintas magnetofónicas a un disco duro; ha sido un cambio importante, sobre todo de mentalidad, porque el músico pierde el miedo a la hora de grabar, que por un lado es bueno pero, por otro, malo porque se intenta corregir mil veces y puede perder frescura.

Sí, porque los errores también le dan un toque especial a los discos ¿no?

Los discos siempre están llenos de errores y eso es lo que da frescura al disco. Cuando tú escuchas las cosas en bruto, sin mezclar, no suena nada bien. Una canción al final es un cúmulo de imperfecciones que parece perfecta y muchas veces nos olvidamos que la gente lo escucha todo junto, cuando están los discos terminados y les produce una sensación determinada, no están buscando si es perfecto, si todo está afinado…yo siempre pienso en cantantes clásicos que hoy en día en manos de ciertas personas no podrían hacer lo que hicieron: me imagino al pobre David Bowie intentando grabar hoy cualquiera de sus éxitos y alguien en el control diciéndole “tenemos que meter el auto tune sí o sí porque has desafinado”. No eran perfectos, pero sus canciones eran increíbles y transmitían una emoción enorme. Seguramente hoy en día haya muchos músicos mejores, pero el problema es que no hay nadie tan despreocupado por intentar hacer algo simplemente para transmitir un sentimiento. Antes había menos pretensión por demostrar, hacían música por una necesidad interior y lo plasmaban de una forma artística e incluso los más perfeccionistas eran conscientes de que eran seres humanos. Hoy en día se ha llegado a un nivel de absurdo de querer sonar como máquinas desde el punto de vista de los humanos, es un concepto que no tiene sentido y es totalmente artificial.

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 La grabación es un aprendizaje que implica crecimiento

¿Sueles participar activamente en los discos o te limitas a hacer lo que te dice el grupo?

Siempre intento hacer todo con el máximo respeto hacia el grupo. Generalmente sí que doy mi opinión, a veces como si fuera del grupo y a veces como un fan diciendo qué me gustaría encontrar a mí en el disco, muchas veces para sugerir un camino de búsqueda personal.  Yo siempre veo la grabación como un aprendizaje que implica crecimiento, llegas desde el punto cero y, al terminar, tienes que haber aprendido algo, por un lado lo que eres capaz de hacer y cómo has llegado hasta ahí y, por otro, dónde puedes llegar y qué tienes que mejorar para llegar allí. En definitiva, trato de ser la persona que tiene esa visión externa para que cada grupo saque lo mejor de sí mismo, pero sin perder su identidad. Al final lo bueno es que cada grupo sean ellos mismos porque la gracia no está en que yo haga mi disco 30 millones de veces seguidas, sino en hacer 30 millones de discos donde yo forme parte de eso. Cada grupo es muy distinto y es lo que quiero y me gusta.

Antes me hablabas de la situación de la música vasca… ¿crees que ha cambiado mucho en los últimos años?

Cuando Itoiz estaba en su momento álgido vendía 40.000 discos y eso hoy es impensable para un grupo vasco. De hecho, ya es la hostia vender 10.000, que es a lo que pueden llegar bandas como Zea Mays,  Gatibu, Ken 7… aunque también es cierto que ahora hay mas grupos “top” y entre todos venden más que esos 40.000. En conjunto venden más y por eso sigue funcionando la música en Euskadi y eventos como la Azoka de Durango. Ahora es cuando más competencia hay, mitificamos siempre el pasado porque vemos las cosas más grandes y no nos damos cuenta de que, en realidad, eran más pequeñas. También te digo que es absurda la producción discográfica actual… ¿es asumible una producción de 200 discos al año en una industria tan pequeña? Eso es algo que empieza a finales de los 90, cuando las compañías querían sobrevivir y se dieron cuenta de que invertir mucho para recuperar no era buena táctica. Fue cuando el de Discos Suicidas dijo “todos los demás se arruinarán menos yo, porque tengo la fórmula: invertir poco en muchos para sacar poco en todos”. A raíz de eso, todos empezaron a hacer lo mismo: no invierto nada, todo son coproducciones, me garantizo unos ingresos mínimos y sé que voy a vender, aunque sean pocos, pero no voy a perder ni un duro, entonces, si saco mil discos mejor que cien.

¿Entiendo, por lo tanto, que piensas que la industria musical en Euskal Herria se mantiene, sobre todo, gracias al público?

Como te decía antes, aquí la música es casi una cuestión de militancia.  Esto puede parecer triste pero no lo es en absoluto. Es una necesidad porque, una cultura como la nuestra, necesita cosas como la Azoka de Durango para no desaparecer. Tenemos que ser conscientes de que, para que nuestra cultura esté viva, tenemos que consumirla y también exportarla. Durante años hemos estado encerrados por el rechazo que ha habido y sigue habiendo porque seguimos siendo unos terroristas aunque cantemos “te quiero mucho, mi amor…”. Eso es una realidad triste de asumir, que esa cultura tenga un tratamiento político porque sí cuando sólo estás haciendo algo  artístico. En ese sentido, recuerdo que mi hermana viajaba mucho y siempre le pedía que me trajera discos de los sitios a los que iba. Tengo discos, por ejemplo, de rock de  Nepal… pues es algo distinto, algo fresco, para mí no hay una barrera. La música es un fenómeno artístico y, de la misma manera que puedo ver un cuadro pintado por cualquier autor del mundo, puedo escuchar una canción en cualquier idioma, siempre y cuando me transmita algo y me haga sentir… la música trasciende las fronteras. Pero en nuestro caso el problema ha sido doble, por un lado un problema interno porque teníamos un cierto complejo de inferioridad y, por otro lado, un problema externo por el rechazo que ha habido hacia nosotros incluso cantando en idiomas distintos al euskera.  Ser músico vasco en el estado ha sido difícil.

¿…A no ser que hagas pop como Duncan Dhu?

¡Aunque hagas pop como Duncan Dhu!… Siempre va a haber un comentario, una pregunta en una entrevista,… siempre hay algo que trasciende. Eres vasco, no eres simplemente una persona que hace música. Pero es normal, en un país donde han vivido muy bien con un tema como el vasco que vendía mucho y que ahora han cambiado por los catalanes que se han convertido en los malos (risas). Han vivido muchos años de eso y lo han usado para solventar cualquier problema y, por eso, en cuanto pueden mezclan música con política. Al final, la política está en todo pero una cosa es lo que pienses en tu vida, que cada uno es libre de pensar lo que quiera, y otra cosa es cuando estás haciendo algo artístico: música, literatura… Pero es que se han dado situaciones tan absurdas como promotores que contratan un grupo euskaldun y le piden que toquen el mismo repertorio ¡pero en castellano!

Actualmente estás con Zea Mays prácticamente a tiempo completo…

Sí, llevo con ellos ya 16 años y los tengo como mis hijos y, curiosamente, cuando nos conocimos, yo tenía la edad que ellos tienen ahora, cada generación vas adoptando nuevos grupos y mis hijos cada vez son más pequeños (risas).  Con Zea Mays hay mucha confianza y, para muchas cosas, somos como una familia. Humanamente tienen una complicidad brutal entre ellos por como son, pero todos formamos un equipo y todos nos sentimos así: el manager, el que conduce la furgo, el que está en el escenario… si eres de la familia eres de la familia, esto es casi como la cosa nostra (risas). Hay una parte que son ellos cuatro y un entorno que funcionamos alrededor y que formamos parte del grupo, esa es la clave para aguantar 20 años: hacerte fuerte en un núcleo de gente que está alrededor aportando cosas. Estos años ha habido cosas buenas y cosas malas y ambas forman parte de un fin. Eso les ha hecho crecer gracias a que se han mantenido unidos en las adversidades. Hace 20 años era un grupo que prometía mucho y ahora son un grupazo que ya lo ha demostrado.

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