Nada menos que veinticuatro años han tenido que pasar para volver a ver a José Carlos Molina por estos lares. Díscolo, esquivo y polémico, jamás ha claudicado ante las leyes del mercado ni se ha dejado modelar por ellos. Ciertamente, el músico más peleón de su generación merece todos los elogios que podamos transmitirle desde aquí. Cincuenta años de trayectoria y un porrón de aventuras y desventuras que contar, cientos de incidentes y otros tantos triunfos. Aunque lo que verdaderamente perdurará será su obra, manjar de juglares, perdedores, esclavos y fugitivos que se revuelven contra los amos. Aunque esta fuera solamente la quinta vez que lo veíamos al frente de Ñu (una más bajo su nombre en el Leyendas Del Rock de 2010 junto a Judith Mateo), jamás nos decepcionó. Y tampoco lo hizo esta vez.
Corría el mes de septiembre del año 1996 cuando, por primera vez, podíamos ver al Molina con sus Ñu en un escenario. Fue en el Centro Cívico Delicias de Zaragoza, donde ofreció un concierto esencialmente heavy y le acompañó un nutrido grupo de seguidores. Aún estaba reciente el doble recopilatorio ‘Veinte años y un día’, fantástica relectura de lo más granado de su repertorio, y su poder de convocatoria (aún sin ser un grupo de audiencias masivas, claro está) era otro. Allí lo vimos antes del concierto, esperando tranquilamente su turno para pedir bebida en la barra. Su larga cabellera, su chaleco con flecos, sus botas… irradiaba una energía, un aura que muy pocos poseen; era el trovador de ciudad, el rockero empedernido e indomable que tantas veces nos habíamos imaginado. Estuvimos a punto de saludarle y mostrarle nuestra admiración, aunque finalmente no tuviéramos agallas de abordarlo.
Presenciar un nuevo concierto de Ñu es un acontecimiento en sí mismo. Su figura, símbolo de resistencia por antonomasia, significa la tozudez y la rebeldía hechas persona, tal y como rezaba el muy recomendable libro de Pedro Giner. Ahora, pasados otros treinta años, creemos absolutamente necesaria otra biografía que nos cuente los triunfos y también los años oscuros que van desde 1994 hasta este 2024. El mejor candidato para escribir ese libro es, por supuesto, Pedro Giner, autor también de la excelente primera biografía de Rosendo, ‘Rock en las tripas’. Y bien, ¿qué podemos contar de lo acontecido en Bilbao el viernes por la noche? Varias cosas, la mayoría buenas, con picos de genialidad y unas cuantas maravillas en forma de clásicos y temas nuevos, que también los hubo, aunque menos de lo que esperáramos.
Por de pronto, no tocó ningún tema de su último disco en solitario, algo que nos sorprendió por la calidad que poseen sus temas; pero tampoco olvidemos que el último disco de Ñu está también muy reciente, así que suponemos que tuvo que elegir. Porque la duración del concierto no fue excesiva: sobrepasó la hora y media, pero hubíesemos deseado que llegara a las dos horas aunque esto también se nos haría corto. Arrancaron con “Trovador de ciudad” y muy pronto nos agasajó esa flauta mítica, protagonista de tantas composiciones mágicas. Continuaron fuerte con nada menos que con “Manicomio”, un clásico en toda regla, aunque comprobamos que por desgracia los problemas de sonido que apreciamos desde el primer tema continuaban y en buena medida lo harían durante todo el concierto.
Seguidamente cayó uno de las mejores del nuevo disco, la elegante “Cabalgando entre los muertos”, con su aura épica y genial grandilocuencia, un tema bastante heavy a la vez que lúgubre que sin embargo mantiene todas sus señas de identidad, con esa flauta prominente y una violinista (Sara Ember, de Last Days of Eden) sencillamente espectacular. Solo había que ver como sentía los temas y la técnica que posee, sin dejar de moverse al son de sus mágicas notas. Tampoco paró de saltar en algunos temas, algo a priori bastante dificultoso, ya que no dejaba de emitir notas de violín a mil por hora. Porque si ha habido algo en lo que José Carlos nunca ha fallado ha sido en la elección de sus músicos. Siempre provistos de una técnica envidiable, deben poseer la versatilidad que exige este imponente repertorio: tienen que mostrar dureza y ser capaces de defender tanto los temas puramente heavymetaleros como las piezas orgiásticas de corte medieval y épico, digno de los mejores Jethro Tull. Con perdón.
El bajista César Sánchez tiene buena culpa de todo ello, ya que es un valor seguro y aporta la firmeza que necesita el grupo en todo momento. La batería de Oscar Pérez tres cuartos de lo mismo, y aunque no debemos olvidar el deficiente sonido, cuando le dió duro a los timbales resonaron en toda la sala con una fuerza prominente. A todo esto, la canción a la que nos referíamos dura casi ocho minutos aunque aquí la hicieran un minuto y pico más corta; ningún problema. “La sirena del lago”, otra de las nuevas, mantiene el pulso de la anterior sin llegar a ser tan espectacular. También se acordó del anterior disco “Viejos himnos para nuevos guerreros” (de hace trece años), del cual tocó el tema homónimo, con un Juanmi Rodríguez espectacular a los teclados, y la sublime combinación de flauta y violín reinando por todo lo alto, como en tantas ocasiones durante el concierto.
Grandes momentos nos esperaban con nada menos que con una apabullante “Más duro que nunca” y la siempre mágica “Animales sueltos”. El público participó activamente en ambos. Tocaba bajar revoluciones con un sublime instrumental (que bien podría ser, si no estamos equivocados, “Plaza de Legazpi”, también nueva) y, para no olvidarnos de los desarrollos orgiásticos de flauta, cuál mejor que “La danza de las mil tierras”, un clásico poderoso y veloz que levanta hasta a los muertos. Del disco censurado ya desde el título (de “Demasiados cerdos para el rock and roll” hubo que cambiarlo a “Vamos al lío” en su época, 1988) cayó la segunda (de un total de cuatro), la canallesca “Tocaba correr” que, por alguna razón, ha creado siempre un gran consenso de aprobación entre los fans.
De ahí a un instrumental (“En ruta”) que vimos publicado en el directo ‘Madrid Río’ de 2019, y que sirvió para deleitarnos con solo de teclado, de batería (poderosa) y de guitarra, con un Manolo Arias (Niágara, Atlas, Arias, Iguana Tango, Magik) realmente espectacular tanto en este como en otros solos que diseminó por todo el show. Aprovechó el Molina para presentar a sus músicos, la última de ellas Sara, a la cual presentó como “Bailarina”, para atacar con el mismo mítico tema donde Sara nos obsequió con un enérgico solo que fusionaría después con la guitarra de Manolo. Ambos se enfrentaron y continuaron el solo de rodillas en el suelo, en un gesto que no acontecería ni por primera ni la última vez. Gran acierto.
José Carlos incluso tuvo un arranque de furia en esa maravilla llamada “No hay ningún loco” (de las mejores de la noche), empalmada nada menos que con “La granja del loco” donde José descargaba su bilis contra el negocio del rock and roll en el mismo disco censurado al que anteriormente hemos hecho referencia. Otro delicioso instrumental precedía, o mejor dicho, se empalmaba con la archiconocida “El tren”, que de manera tan diferente interpretaban Leño aunque en realidad fuera de Ñu (de cuando Rosendo estaba en sus filas, sobra decir). Gran interpretación en todo caso, que precedió a la despedida con “El flautista” dejándonos con ganas de más a la vez que eternamente agradecidos. Un único bis, la inesperada “Sé quién”, con sabor a gloria y a clásico imperecedero, dura y legendaria como pocas, nos despidió hasta Dios sabe cuándo.
Subrayar la profesionalidad de los seis músicos, su versatilidad y la calidad del repertorio, a la vez que el flojo sonido que hizo que bajaran sus revoluciones y que desde luego mermaron su potencial. José Carlos estuvo bastante comunicativo, aprovechó el fútbol para romper el hielo y seguir con el vacile. Se lo ve fuerte, desde luego joven para su edad, y mantiene todo el aura legendaria que siempre tuvo. Sigue siendo un luchador, un superviviente que evidentemente no puede cantar temas como “Fuego” (honestamente, no creo que haya nadie capaz de hacerlo como lo hizo él en 1983) o “Profecía”, aunque mantiene un buen nivel. Una noche para el recuerdo, y como dice la canción, “Que no tardes en volver”. Allí estaremos para contarlo.
- Texto: Urko Ansa.
- Fotografías: Txema De la Cruz.