Foto: Javier Bejarano
Pablo García AKA Pablo Und Destruktion (Asturias, 1984), agrocrooner y ermitaño a tiempo parcial, acaba de publicar Predación (Sonido Muchacho, 2017). Grabado en directo y mezclado por Paco Loco, cuenta con diseño de Igor Casayjardín. Su nueva banda es “un pepino”, y la integran Pablo González Pibli (batería), Ángel Kaplan (bajo), Javier Bejarano (gitarkua) y Alfonso Alfonso (guitarra midi y sintetizadores). Próximamente visitarán Bilbao para presentar este disco purificador y demoledor, no apto para los cansados de espíritu. Esta entrevista tiene lugar la víspera del lanzamiento de Predación y su puesta de largo en directo en la sala Joy Eslava de Madrid (6 de mayo). Pablo Und Destruktion conduce camino a Murcia para ofrecer un concierto, mientras escucha a Eydie Gormé (¡??). Hace un alto en camino para hablar con RockinBilbo, y charlamos sobre Chenoa, brujería, condones espirituales, el acto de contrición y mucho más. ¡Ah! Y a petición del músico, también hablamos algo de música. Un poco. (En defensa de esta plumilla, citaré: “Para conocer a un animal, hay que quitarle la piel”).
Tu nuevo álbum ‘Predación’ alude al fin de las ideas, las religiones, el arte… ¿Estamos ante un holocausto cultural? Si fuera así, ¿qué es lo que va a quedar en la zona cero?
Vivimos una transición cultural brutal. Parece que la multiculturalidad que nos vendieron como algo muy positivo –especialmente para los de izquierdas-, nos ha dejado un poco desamparados culturalmente. En este tránsito cultural, algunos deciden ponerse a cantar trap con 40 años, y otros se deciden por hallar cierta coherencia identitaria. Ahora todo gira en torno a la identidad. La música, como disciplina artística, juega un papel importante en la creación de identidad. Lo que más me apena del holocausto cultural, como tú lo llamas, es la pérdida de la posibilidad de transmitir belleza e inocencia. Este disco se estructura por actos y provoca los efectos de la confesión, para obligarme a llegar a la absolución. Hice ‘Puro y Ligero’ porque las canciones funcionan como invocaciones. De lo contrario, me resultaría mucho más fácil ser turbio, cínico, oscuro… Creo que el acto más subversivo ahora es hacer canciones hermosas, que no suenen estúpidas. A menudo se confunde la inocencia con la estupidez. Y no es lo mismo. Mi abuelo transmitía inocencia y belleza, y había estado en tres guerras, había salido de fosas comunes y había matado a cientos de personas. Pero conservaba es inocencia. Saber combinar esa dureza vital y esa inocencia espiritual me parece sublime.
Ahora todo parece ‘cuqui’, pero no es hermoso, ni inocente.
Es felicidad impostada. Hay muchas canciones que hablan de la belleza, y hay muchos emoticonos. Nadie se cree la canción de turno de Chenoa, ni que cuando te mandan el emoticono del corazoncito, quien te lo envía está de verdad palpitando por ti. Creo que las vanguardias artísticas, con el punk como una de ellas, cumplieron su función de acabar con el arte occidental. La zona cero empezó a partir del 78. Luego nos pasamos unos años nadando ahí, y ahora no nos queda otra que volver a construir.
¿Este disco cierra una etapa musical y también personal?
Me da un poco la vara hablar de lo que me inspiró para hacer el disco, quería que fuera definitivo y creo que sí ha acabado con una etapa vital. Para mí, Predación supone la reconexión con valores olvidados, lo cual implica cierto ejercicio de nigromancia. Me refiero a revitalizar pensamientos totalmente muertos como el de la purificación o el acto de contrición, el arrepentimiento por puro amor de Dios… Eso sí, diferencio entre lo espiritual y lo religioso. Una cosa es el amor y otra la articulación jerárquica y política de ese sentimiento en forma de religión. Ambas cosas no tienen nada que ver.
«La humanidad cada vez me importa menos. A veces me gusta más un valle que mil millones de personas»
¿Alguna vez te has sentido extranjero en tu propio país?
¡Cada vez más! A veces es tal el sentimiento de desamparo que pienso: “¿Dónde coño me meto?” (risas). Ya no queda otra que construir un universo subjetivo, porque el objetivo está tan vendido por cuatro duros y a cuatro mercaderes mediocres a más no poder, que no te queda otra que refugiarte en la gente más afín. Es imposible acabar con todos los problemas de la humanidad. De hecho, la humanidad cada vez me importa menos. A veces me gusta más un valle que mil millones de personas. Cuando comparto música con mis amigos –no online, sino de verdad-; o películas, o rutas de montaña, o sea, cuando tengo un trato más humano es cuando encuentro algo de sosiego. Por lo demás, cuando me dicen: “Esta es la sociedad, esto está de moda y tienes que votar a este partido”, entonces me siento totalmente incomprendido y desamparado (risas). Es una soberana estupidez creerte lo que cuatro medios de comunicación te digan sobre la política, el arte o el amor.
Sin embargo, mucha gente sí se cree la canción de Chenoa y el emoticono del corazoncito…
… Y el discurso de turno de varios partidos políticos. Los discursos, las películas y las canciones de Chenoa son conjuros. Cada vez me creo más que la cámara de fotos roba el alma. La creación de símbolos es muy importante, puesto que modifica la realidad de quien lo crea y quien lo recibe. Cuando la creación de símbolos está en manos de tres corporaciones audiovisuales, cuando la industria musical la controlan tres compañías, al final se toma por normal lo que son actos de brujería. Eso es un problema, y hay que romper el hechizo.
¿Cómo?
Haciendo canciones y volviendo a recuperar la música popular. No es necesario crear grandes composiciones ni estudiar solfeo, basta con ser consciente de que la música te introduce en un estado susceptible, en el que cabe la manipulación, al igual que ocurre en la política o en el amor. Y esto tiene que ver más con la brujería que con cualquier otra cosa. A esto le añado el animus iocandi, es decir, sé que tiene que ver con la brujería, pero aún así me lo tomo a coña. Es la forma más fácil y sana de deshacer el conjuro. El problema es que muchos se toman los exabruptos en serio, debido a su avidez por las certezas. Y es peligroso, porque ha derivado en el auge de los mal llamados populismos y en ciertos extremismos religiosos.
Siempre puedes dejarlo todo y hacerte ermitaño, un concepto al que recurres a menudo en tus canciones.
Cada vez que me da la ventolera lo pongo en práctica, lo que pasa es que la única manera de ser ermitaño hasta el final es la propia desaparición del cuerpo (risas). De modo que, sin pasarse, procuro guardar cierta profilaxis simbólica. Paso solo muchísimo tiempo, ahora vivo en una aldea, y trato de rodearme de gente transparente. Que ya es bastante. Ello implica a veces salirme del sistema laboral, pues no facilita precisamente la fraternidad, la transparencia, la bondad… No vivo como un rey, pero vivo. Uno tiene que aprender a decir no. El otro día decía de coña que estaría bien inventar un condón espiritual, una capa que nos aísle del mundo exterior para no contagiarnos… ¡Ni contagiar! (risas).
Mmmhh… No es mala idea.
¡Claro! ¡Tanto miedo que tenemos a pillar venéreas! Prefiero pillar venéreas en otros sitios antes que en el alma… ¡Esto sacado de contexto tienes un titular de los que me hunden! (risas).
En el tema ‘Puro y Ligero’ te arrepientes de muchas cosas, incluso de los chicles en el suelo. ¿De qué no te arrepientes?
Tampoco me importan las cosas de las que no me arrepiento. Hay épocas para todo. Cuando Sinatra cantaba ‘My Way’ eran tiempos para no arrepentirse y ahora creo que es más interesante hacer lo contrario. Arrepentirse implica que mis actos tienen consecuencias; si no fuera así, carecerían de valor. Vale, no me arrepiento de los actos inequívocamente bondadosos, pero no son tantos como deberían, así que vuelvo al arrepentimiento. Muchos reniegan de la culpa, pero yo creo que sentirte culpable te da poder, te pone en relación con esa capacidad transformadora. Si no te sientes culpable, es porque lo que haces no vale un duro. Prefiero a una persona que se hace cargo de una gran maldad a una que obvia una pequeña.
«Para conocerse a uno mismo hay que tocar fondo, coger una pala y seguir excavando»
¿Hay que tocar fondo para conocerse a uno mismo?
Hay que tocar fondo, y una vez llegas ahí, coges una pala y sigues excavando. De repente, descubres otra galería y tocas fondo otra vez. Creo que es un ejercicio infinito. Tocar fondo y tocar techo nos sirve para llegar a otra fase del Super Mario Bros, que es la vida (risas). Son etapas siempre productivas. Tocas, escarbas, ¡y coño! ¡Si aquí hay otro mundo paralelo!
Muchas gracias por tu tiempo, ¿deseas añadir algo más?
Bueno… todavía no me has preguntado nada de música. En plan qué grupos me gustan, o cuáles son las influencias del disco… Que me parece muy bien…
Pensaba que los músicos odiabais que os preguntaran por las influencias…
(Risas) Bueno, me alegro de que ya no me hagan esas preguntas…
Sí que me gustaría preguntarte, no obstante, por tu forma de bailar. ¿De dónde sacas ese ‘swing’?
No lo sé, me sale del alma. Creo que de chaval mezclé el rollo del Northern Soul que veía en Gijón con El baile del pañuelo de Leonardo Dantés.
¿Northern Soul en Gijón?
Claro. De hecho, Alfonso (guitarra de su banda), que es murciano mientras que el resto del grupo somos de o vivimos en Asturias, cada vez que hablamos de música más o menos yeyé o sixties, siempre dice: “Ese disco es muy asturleonés” (risas). Sí, en el Euroyeyé de Gijón estaba la sala negra, que pinchaba más ese rollo, y la sala blanca, donde sonaba más psicodelia y pop. Tuve el placer de catar allí unos bailes Northern Soul y ska, mezclado con unos pogos más punk. De ahí salió mi particular baile.
¿Cuál es tu tema predilecto de Northern Soul?
‘Seven Days Is Too Long’, de Chuck Wood. La venía cantando en el coche hace un rato. También hay una versión asturiana de este tema: ‘Seven Days In Turón’ (un pueblo de Asturias) (risas).